lunes, 31 de mayo de 2010

La vida y las penurias en las trincheras de la 1ª Guerra mundial .

Concebidas inicialmente como un sistema defensivo provisional, se convirtieron durante la primera guerra en una brutal forma de vida para millones de soldados, que compartieron aquellos fosos con piojos, ratas, frío y, sobre todo, un miedo constante.
Jesús Hernández relata en la revista Muy Historia cómo transcurría la vida dentro de aquellas trincheras. 




La Gran Guerra se caracterizó por la falta de movimiento en los frentes. Claro ejemplo de este estancamiento fueron las guerras de trincheras desde otoño de 1914 hasta la primavera de 1918.
Durante el día eran sometidos a los disparos de los francotiradores y de la artillería, estos últimos destinados a eliminar la guarnición de la primera línea de trinchera y a destruir el alambre de espino. En consecuencia, las trincheras eran más activas durante la noche, cuando la oscuridad permitía el movimiento de tropas y suministros, el mantenimiento de los alambres de púas y reconocimiento de las defensas del enemigo.


Centinelas en los puestos de escucha en la “tierra de nadie” (la zona que estaba entre las trincheras de ambos bandos) tratarían de detectar las patrullas enemigas, y se llevaban a cabo incursiones con la finalidad de capturar prisioneros y documentos que proporcionarían información sobre las trincheras enemigas.


La vida en las trincheras era agotadora en muchos aspectos, no sólo en lo físico, sino también en lo moral. Era aburrida y se tenía miedo a la muerte. Cada día morían compañeros; los soldados estaban cara a cara con la muerte.



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